Domingo 30º durante el año

Domingo 30° del Tiempo Ordinario (Mt 22,34-40)

Nuestra vida cristiana se fundamenta en la fe en la presencia resucitada y resucitadora de Jesús de Nazaret. Nuestra práctica cristiana se basa en lo que Él nos enseñó: amar a Dios intensamente y amar al prójimo como a uno mismo.

El amor a Dios no puede estar separado del amor al prójimo ni del amor con el que me amo… Si bien Jesús plantea un mandamiento, es más bien un misterio de la existencia humana: sin amor no hay plenitud de vida espiritual ni física, es más, sin amor no hay vida ni sentido de la vida. Jesús nos muestra un camino: amar a Dios no es más que responder a un amor primero, a un amor que lo hizo crearnos, amarnos. Y la respuesta amorosa a quien nos amó primero, nos hace amarnos en lo más profundo de nuestro ser y nos impulsa a abrirnos donativamente: nos damos al otro en actos de bondad, paciencia, mansedumbre, fuerza, alegría…

El amor al prójimo se desprende del amor con que amamos a Dios dejándonos amar y del amor que nos tenemos sabiéndonos amados. Es un movimiento receptivo y donativo, un desafío constante de sabernos habitados por Dios y saber que también habita en quien camina la existencia a nuestro lado.

En la Celebración de los 150 años de la Pascua de San Antonio María Claret, pidamos por su intercesión la gracia de percibir a Dios en el prójimo y en nosotros mismos, llamándonos a la plenitud de la vida y la comunión fraterna, buscando el Reino de Dios y su justicia para cada ser humano.

Que como claretianos y claretianas podamos vivir ardiendo en caridad!

Carolina Insfrán