Domingo I de Cuaresma (Mc 1, 12-15)

La tentación, es una vivencia tan humana que ni Jesús pudo eludirla. Toda tentación, en mayor o menor medida, invita a elegir qué y quién soy. Las tentaciones pueden ser arrolladoras porque nos obligan a elegir, a decidir, a optar por el amor verdadero: nos ayudan a madurar el corazón en la libertad de las renuncias y elecciones, nos ponen cara a cara con nuestra propia verdad. A Jesús, sus tentaciones lo pusieron ante la opción fundamental de su vida: anunciar la Buena Noticia del Reino, querer el proyecto de su Padre como propio abriéndose a la dimensión humanizante de la amistad, la comunidad, la justicia llena de misericordia… Las tentaciones suelen llevarnos a espacios de desierto donde menos es más, donde nos encontramos con lo esencial no sólo para sobrevivir, sino para vivir. Jesús nos enseñó a pedirle a nuestro Padre Dios: “no nos dejes caer en la tentación”, no pedimos no tenerlas porque ellas nos enseñan a mirar serenamente lo esencial de nuestro ser plasmado en elecciones. Las tentaciones, al final de cuentas, nos conectan con la Gracia, con el Espíritu de Dios que nos arroja al desierto para experimentar nuestro lado más humano.

Que en la hondura de nuestro corazón humano abierto a lo divino, podamos elegir amar, siempre amar.

Carolina Insfrán